13/4/09

Entre un Vaticano II y un Anoeta-2

No está el nacionalismo vasco para echar cohetes este Aberri Eguna. Ni mirando a la piel de toro (PSOE y PP acaparan los Gobiernos de Galicia, Cataluña y Euskadi); ni a la sinergia de los nacionalismos históricos (Galeuscat es hoy un fósil político al vaivén de la coyuntura); ni a las diferentes familias del nacionalismo político vasco (salvo Aralar, todas tienen más motivos para lamerse las heridas que ganas de fiesta).

La segunda derrota del PP en las generales fue un espejismo efímero. Si Zapatero ya había enviado la “España plural” al taller de reparaciones en su primera Legislatura, ahora, en la segunda, devuelve a la pista el viejo modelo territorial socialista encajado en el chasis de “Estado cooperativo”, mientras un renacido centralismo vocea en Madrid la necesidad de aprovechar el desalojo del PNV y la inminente sentencia del T.C. sobre el Estatut para que PSOE y PP pacten un cierre del sistema que ponga fin a la insoportable “anomalía” de los “reyezuelos periféricos” que perturban la gobernabilidad de España. Hacerle el quite autonómico al autogobierno reivindicativo va a ser el último servicio de Chaves, y el “Estado cooperativo” el logo del nuevo relato territorial que promete aunar las legítimas aspiraciones de cada comunidad con la igualdad de todos los españoles.
Será el último de los antídotos diseñados para los sucesivos gusanos de la manzana autonómica. Si primero hubo que reaccionar a la amenaza a la unidad de España, y luego a la discriminación de la lengua común, ahora hay que rebobinar la descentralización que impide al Gobierno coordinar la acción contra la crisis: “Con 17 autonomías no hay suficiente Estado para hacer política económica”, sentenciaba “ABC” hace unos días. En vano argumenta “La Vanguardia” que nadie ha aportado datos de que eso sea así. Se impone el discurso de meter en vereda un modelo territorial que en unos casos alienta el separatismo y, en todos, el despilfarro público.
Panorama ante el que el nacionalismo vasco muestra un preocupante estado, lo mismo en su vertiente rupturista de semiclandestinidad que en la institucional, con el PNV en la oposición, pendiente de definir un proyecto que precise el “hasta dónde” y el “con quién”.
No le faltan al PNV consejos ni consejeros. Todos saben qué le pasa y por qué. Pero no coinciden. Los “transversales” le exigen revisar sus postulados (un “Vaticano II” sugiere Eguiguren) para recuperar la centralidad y capacidad de pacto. Quienes postulan acumular fuerzas le reprochan falta de convicción en su apuesta soberanista. Pero la urgencia de acomodar el partido al tránsito a la oposición no se presta al debate doctrinal a fondo; mejor, mantener la calma y una reubicación paulatina para ganar, entre dos aguas, margen de maniobra a la espera de su oportunidad. El Aberri Eguna nos devuelve el PNV más autodeterminnista (“nación con el único límite de la voluntad de su ciudadanía”), pero la receta de Imaz (“una meta para soñar, pero los pies en la tierra”) aguarda a la puerta del EBB.
Mientras los jeltzales digieren el cerdo volador que las urnas les han puesto en el plato, también la izquierda abertzale histórica rumia su dilema: dilucidar la lección a sacar del proceso de Loiola para actuar en consecuencia. Lamentan unos haber planteado el proceso como unos pardillos, sin poder de coacción, y se reafirman en la lucha armada como única vía para sentar al Estado a una negociación las debidas condiciones. Pese a su actual debilidad, y que puede ir a peor, reniegan de entregar 50 años de lucha “para nada”. Otros han concluido que así no se puede seguir, pero que todavía hay margen para una iniciativa con recorrido político: un Anoeta-2 que empiece por un final pactado, a partir del cual se visualiza el proceso de manera que lo haga manejable y digerible por todos. Pero una cosa es el plan y otra la garantía de que va a misa. Cuanto más tarden en darla, menos favorable les puede ser el “Vaticano II” del PNV, y menos verosímil ese Anoeta-2 al que la criminalización “por proximidad” se ocupa de cerrarle el respiradero.
Mariano Ferrer

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