
Como en el Pirineo, más de 150.000 presos, presas y prisioneros trabajaron en minas, fábricas, talleres, obras hidráulicas, ferrocarriles, obras de reconstrucción... dentro de un plan destinado a obtener beneficio económico de la población cautiva y a adoctrinarles en el “hábito de la profunda obediencia”. Trabajos forzados marcados por el hambre, las agresiones y la humillación. Y muchas veces, también la muerte. Aunque seguramente fueron más, hay constancia documental de la muerte de dos prisioneros durante la construcción de esta carretera: Manuel Castaño Martínez (Alcontar, Almería), a causa de una hemorragia interna y Ciriaco Díaz Pastor, (Tortola de Henares, Guadalajara), con “heridas de arma de fuego en la cabeza y tórax”.
Quienes abrieron esta carretera pagaron así su defensa de la II República, del reparto de la riqueza, y de maneras más libres y alegres de vivir.
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